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Castillo de Bellver y senderos

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Aquella mañana la bahía de Palma era una chispeante bandeja de agua, un tranquilo pero alegre juego de luces de un sol perezoso, una colección de embarcaciones de todo tipo puestas en fila como esperando turno. "Bellver" (Bella vista en catalán antiguo) se llamaba el castillo que íbamos a ver. Y entendimos por qué.  Era temprano, habíamos decidido la noche anterior que nos levantaríamos a primera hora para evitar el calor extremo y así lo hicimos. Palma era una brisa ligera y agradable, un oasis en el verano más cálido desde que hay registros. Era temprano, sí, tanto que el Castillo de Bellver aún estaba cerrado. Para llegar hasta allí se pueden seguir varios senderos, el que entra por el parque de Sa Teulera, el del Polvorín, el camino de los prisioneros, el de la Bruja Juana o el de las canteras, en cuya base se encuentran las instalaciones de la Policía Montada del parque. Y en ese entramado de caminos, rampas y pendientes podremos encontrar también un parque infantil, un

La cueva del tesoro

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Un fenicio enciende una antorcha, la luz deja ver pinturas rupestres y un altar en el que preparará sacrificios en honor a Noctiluca, la diosa de la fertilidad, la vida y la muerte. Parece que lo observa un rostro femenino, pero es una roca que tiene esa forma.  Marco Craso aún no ha sido nombrado cónsul de Roma, ni es socio de Julio César, ni ha reprimido de forma terrible la rebelión de Espartaco. Tan solo es un joven que huye del asesino de su padre y se esconde ocho meses en una cueva frente al Mediterráneo. Corre el siglo I antes de Cristo. Plutarco lo escribe.  Los almohades cabalgan hacia la frontera sur del reino almorávide. Su último emir, Tasufín ben Alí, envía antes de morir sus mejores tesoros a Al Ándalus para que no se los arrebate el enemigo. Estamos ya en el siglo XII. Un fraile ubica siglos después en un manuscrito el tesoro en esa misma cueva. Un explorador suizo decimonónico, Antonio de la Nari, prepara su próxima detonación con dinamita. Está cansado, lleva ya abrie

Beethoven Vs. Napoleón

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Octubre de 1805, el ejército francés derrota al austríaco en la batalla de Ulm y marcha a lo largo del Danubio. Napoleón ha invadido Viena, ciudad que bombardearía cuatro años después, con el resultado de más de 40.000 bajas entre ambas filas. «¡Tambores, cañones, miseria humana de toda especie!» se lamentaba un músico, protegiendo sus ya maltrechos oídos de la destrucción provocada por la temible artillería francesa. Se trataba de Ludwig Van Beethoven que residía en la ciudad a la que había acudido décadas antes para ser discípulo de Haydn. Pero no siempre fue así la relación entre el compositor y el emperador. Van Beethoven creía en 1804 que el proyecto político del corso iba a consistir en superar las desigualdades entre las clases altas y las trabajadoras propias del Antiguo Régimen. El músico le dedicó, inspirado por sus triunfos militares, su ‘Tercera Sinfonía en mi bemol’, más conocida como “la Eroica”, en italiano. Incluso llegó a escribir que la pieza la había compuesto «para

Cartagena: Sendero Azul

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“Jamás vi un paisaje tan asolado y agreste” escribió Hans Christian Andersen sobre Cartagena en su obra “Viaje por España” allá por 1862. El popular escritor danés hacía realidad su sueño de visitar un país que formaba parte de su imaginario desde niño y la histórica ciudad naval fue una de sus paradas. La Cartagena del siglo XXI poco tiene que ver con la de aquella España decimonónica deprimida tras décadas de guerras y atraso. Al contrario, a mí al menos me pareció una ciudad moderna cuyo no muy extenso casco histórico está cuidado con esmero y en la que se puede encontrar una oferta cultural de museos de gran interés. Pero pienso que, al igual que ocurre a las personas, también las ciudades a veces dejan entrever lo que fueron. Como si ese pasado quedase oculto en algún pliegue de su relieve, en algún rincón del tiempo, aprovechando cualquier momento para mostrarse, sin nadie saber muy bien cómo ni porqué. En ello pensaba cuando me situé frente a la chimenea de Peñarroya. En la lade

Carratraca: Ermita-Llanos de Arenalejos

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Bosques con plantas endémicas y curiosas rocas, aguas termales, paredes de cal y palacios del XIX, una de las pocas fondas que quedan en España... Esta es una ruta por uno de los municipios más singulares de la provincia de Málaga: Carratraca. Del árabe carr-altrak, su nombre significa "limpieza de impurezas" y es que, situado alrededor de unas termas naturales, desde tiempos de los romanos se aprovechan sus aguas sulfurosas con finalidades curativas. También fue pueblo minero. Pero hay mucho más. Enclavada en las faldas de Sierra Blanquilla, Carratraca está en una auténtica encrucijada, un cruce de caminos entre la Serranía de Ronda, el Valle del Guadalhorce y la Comarca de Antequera.  Laderas cubiertas de pinares con cultivos de frutales y algún que otro olivar nos dieron la bienvenida al bajarnos del bus. Una hilera de casas de estilo tradicional andaluz bordeaba un monte. Sin embargo, una torre a lo lejos se erigía como la verdadera protagonista: la del Palacio de Trinida

Tren a Sóller

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El 16 de abril de 1912 los diarios sacudían la mañana con sus dosis de tragedia y muerte. El “insumergible” Titanic había desaparecido bajo las aguas del Atlántico causando gran número de víctimas. Le fue mejor a Harriet Quimby que se convertía en la primera mujer en cruzar en avión el canal de la Mancha.  Ese día fue martes. Morían en Afganistán los peones del tablero de británicos y rusos. Se incubaba una guerra en Europa. Daban sus primeros pasos nuestros abuelos, tal vez. En España gobernaba Canalejas. Se encontraban los amantes, ajenos a la gran pandemia que llegaría años más tarde.  Ese mismo día en un lugar remoto de la isla de Mallorca se inauguraba oficialmente una línea de ferrocarril que uniría la pujante ciudad de Sóller con la capital, Palma. Comunicación que, hasta ese momento, solo era posible mediante diligencias que salvaran los desniveles de la Tramuntana, con sus carreteras de tierra, empinadas y estrechas.  Más de un siglo después, ajenos a esa noria, a esa mariposa