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Puerto de Mô

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“Barco varado en el arenal Que lame el mar de retirada. Escondite de vientos furtivos. Refugio de velas cansadas”. Con versos como estos rendía homenaje Joan Manuel Serrat al puerto de Maó/Mahón en el sencillo que daba título a su álbum de 2006 Mô (pronunciación local del nombre de la histórica ciudad menorquina). Pienso que no le faltaban motivos al catalán, porque se trata del mayor puerto natural del Mediterráneo, con casi 6 Km, y del segundo más profundo del mundo, alcanzando los 30 m. Pero no solo por eso. En pocos lugares, personalmente, he percibido tantas sensaciones relacionadas con lo que fue, con lo que es, con las vidas de su gente. Pocas veces el mar te habla tan claro de sus inviernos, de las olas que rompen frente a los muros del tiempo, de viejas historias de dramas y naufragios, de los marineros que, como dijo Manuel Vicent, navegan con la luna sus trampas. Y comienzas a intuir todo eso, cuando llegas temprano, en los profundos silencios, en el llegar tranquil

Torre de la Alhaja o Quirosa

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El bosque siempre ha ocupado un lugar destacado en nuestro imaginario. Desde tiempos inmemoriales nos ha provocado curiosidad y rechazo, atracción y alerta, fascinación y miedo y eso lo hemos recreado en nuestras narraciones. Desde aquellos lugares oscuros habitados por criaturas fantásticas y amenazantes de los cuentos medievales a ese paraíso con el que regresar a los orígenes del ser humano del que habló Thoureau. Pero también el bosque, o la selva, ha sido descubrimiento, encuentro con civilizaciones antiguas, con sus vestigios en forma de construcciones ocultas por el tiempo y la maleza. Uno pensaba, en su ingenuidad, que en la Europa contemporánea esto era imposible. Hoy voy a contar lo que nunca me hubiera gustado contar. Lector, debo avisar, aunque ojalá me equivoque, que es probable que cuando leas esto ya no exista la Torre de la Quirosa o de la Alhaja. Comenzamos. Esta ruta transcurre por los Montes de Málaga, aunque fuera del Parque Natural: el Pinar de Los Almendrales.

Baelo Claudia: La Pompeya española

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Así definió el arqueólogo francés Pierre París la ciudad romana que encontró tras sus excavaciones hace ahora poco más de cien años, la misma cuyos vestigios hallara antes en los escritos de viajeros y eruditos. Dijo Kafka que leer es siempre una expedición a la verdad y no se me ocurren unos hechos que puedan dar a la frase más literalidad que el descubrimiento de Baelo Claudia, en Tarifa (Cádiz). Descubrimiento es, e impactante, salir del centro de interpretación y ver las columnas de la antigua basílica emerger y fusionarse con el azul turquesa del Atlántico, con el verde de los pinares y con el dorado de la gigantesca duna. Un espectáculo. Porque una de las grandezas de este conjunto histórico es, precisamente, el paisaje. Nada más y nada menos que la Ensenada de Bolonia, dentro del Parque Natural del Estrecho de Gibraltar, en la actualidad uno de los enclaves más vírgenes y menos transformados de la costa gaditana, y que atesora notables valores naturales y ecológicos. U

Castillo de Álora: El pasado todo entero.

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Dijo Bergson que no pensamos más que con una pequeña parte de nuestro pasado; pero que es con nuestro pasado todo entero como deseamos, queremos o actuamos. Y lo recordé mientras me perdía entre los recovecos fenicios, romanos, árabes y cristianos del castillo de Álora, una joya inexplicablemente olvidada por los planes turísticos, a menos de 40 minutos de la ciudad de Málaga. Metáfora de las idas y venidas de la historia, al adentrarme en su alma de piedra, al subir a sus torres, pude sentir el origen, el germen fenicio de nuestras civilizaciones, los pasos de aquellos que encontraron en el cerro el lugar propicio para su asentamiento. El trasiego de los visigodos, siglos después, levantaron la fortaleza de las ruinas que encontraron; tras ellos, la devastación de los vándalos; el esplendor de los árabes en el siglo X lo reconstruirían tal y como lo conocemos (aunque apenas se conserve un arco de herradura, único, eso sí, en Occidente), antes del asedio y posterior conquista cr

Naufragio en La Herradura

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Dijo Borges que el mar es un antiguo lenguaje que nunca se alcanza a descifrar. Nadie sabe cuan cerca estuvieron de hacerlo los 5.000 tripulantes de las 25 galeras de la Armada Española que perdieron la vida aquel 19 de octubre de 1562 en la bahía de La Herradura. Y es que los fondos marinos de esta joya de nuestro litoral esconden los restos de un naufragio, los ecos, para quien se pare a escucharlos, de una tragedia que marcó el devenir de un imperio. Felipe II pretendía e l control del Mediterráneo para poner freno a los turcos y expulsar de las costas a los corsarios. Hoy, más de cuatro siglos después, uno solo busca en estas aguas poner freno al rugido de los cláxones, al desquiciante tintineo de los whatssaps, uno es un merodeador de silencios frente a los corsarios de lo estridente, un descifrador de lenguajes antiguos como decía Borges. El gran marino Juan de Mendoza no pudo con el temporal y los 25 barcos que dirigía permanecen ocultos en algún lugar de estos fondos y en