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Bosque Vertical de Milán: Bosque Vital

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En abril de 2007, el arquitecto Stefano Boeri (Milán, 1956) viajó a Dubái. De la capital emiratí dijo que se trataba de una «ciudad mineral, hecha de decenas de nuevas torres y rascacielos, todos revestidos de vidrio, cerámica o metal, todos ellos reflejando la luz solar y por tanto generando calor en el aire y sobre todo en el suelo, habitado por los peatones». A partir de entonces tuvo clara la idea: proyectaría «dos torres revestidas no de vidrio, sino de hojas [...] de vida». Cuando decidimos ir a Milán, Italia, a principios de este año sabíamos que el  Bosco Verticale era una de nuestras citas imprescindibles, que no nos lo perderíamos ni aunque diluviase, y de hecho fuimos paraguas en mano en uno de los días más lluviosos de los últimos meses según el servicial taxista que nos llevaría horas después al aeropuerto. Y no nos decepcionó: sus dos torres, de 80 y 112 metros, albergan 480 árboles grandes y medianos, 300 árboles pequeños, 11.000 plantas y 5.000 arbustos, el equivalente,

Tren a Sóller

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El 16 de abril de 1912 los diarios sacudían la mañana con sus dosis de tragedia y muerte. El “insumergible” Titanic había desaparecido bajo las aguas del Atlántico causando gran número de víctimas. Le fue mejor a Harriet Quimby que se convertía en la primera mujer en cruzar en avión el canal de la Mancha.  Ese día fue martes. Morían en Afganistán los peones del tablero de británicos y rusos. Se incubaba una guerra en Europa. Daban sus primeros pasos nuestros abuelos, tal vez. En España gobernaba Canalejas. Se encontraban los amantes, ajenos a la gran pandemia que llegaría años más tarde.  Ese mismo día en un lugar remoto de la isla de Mallorca se inauguraba oficialmente una línea de ferrocarril que uniría la pujante ciudad de Sóller con la capital, Palma. Comunicación que, hasta ese momento, solo era posible mediante diligencias que salvaran los desniveles de la Tramuntana, con sus carreteras de tierra, empinadas y estrechas.  Más de un siglo después, ajenos a esa noria, a esa mariposa

Puerto de Mô

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“Barco varado en el arenal Que lame el mar de retirada. Escondite de vientos furtivos. Refugio de velas cansadas”. Con versos como estos rendía homenaje Joan Manuel Serrat al puerto de Maó/Mahón en el sencillo que daba título a su álbum de 2006 Mô (pronunciación local del nombre de la histórica ciudad menorquina). Pienso que no le faltaban motivos al catalán, porque se trata del mayor puerto natural del Mediterráneo, con casi 6 Km, y del segundo más profundo del mundo, alcanzando los 30 m. Pero no solo por eso. En pocos lugares, personalmente, he percibido tantas sensaciones relacionadas con lo que fue, con lo que es, con las vidas de su gente. Pocas veces el mar te habla tan claro de sus inviernos, de las olas que rompen frente a los muros del tiempo, de viejas historias de dramas y naufragios, de los marineros que, como dijo Manuel Vicent, navegan con la luna sus trampas. Y comienzas a intuir todo eso, cuando llegas temprano, en los profundos silencios, en el llegar tranquil

Vejer de la luz

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Beka en tiempos de fenicios y cartagineses, Besipo para los romanos, Bekkeh para los musulmanes, Vejer de la Miel durante siglos por la abundancia de colmenas, Vejer de la Frontera en nuestros mapas… Y para nosotros, simples viajeros sin la gravedad que imprimen las civilizaciones, será siempre Vejer de la Luz.

Los mapas

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Los mapas ya no publican la ruta de vuelta a ti, cantaba melancólico Javier de Torres en uno de sus mejores álbumes. Pero a mí siempre me ha parecido que en los mapas sí se plasma, a medida que cumplimos años, nuestra vida. Porque con ellos es como si se reescribiese, en cada ocasión, el mundo. Esa casa en ruinas al finalizar la calle, la luz colándose por las rendijas de unos olvidados ventanales, una mesa y una silla que esperan indemnes al caer la tarde, el rincó n perdido de no se sabe qué muralla, los ojos de ella y su asombro ante lo bello. Me da igual que sea en Madrid o en Vejer, en Tarifa o en Viena, en una gran urbe o en un elegante pueblo blanco. Abrir el mapa es, para mí, una de mis más imprescindibles liturgias. Tratar de adivinar caminos, anotar al margen, encontrar huellas, perderme, regresar por mis pasos, trazar sentimentalidades. Un material a base de señales, círculos, letras ininteligibles con las que unas veces doy forma a estas líneas, y que, en otras, tan

Los lances

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Cuenta la mitología que Hércules, obedeciendo al rey de Tirinto, se enfrentó al monstruo Gerión para robarle sus bueyes y entregárselos al monarca. De regreso, dividió en dos el Atlas para así poder pasar más facilmente, uniendo de esta forma el océano Atlántico y el Mar Mediterráneo, creando así el Estrecho de Gibraltar. El Estrecho era para los antiguos el límite de lo conocido, el último de los abismos, el fin del mundo, pero se convirtió en una de las rutas de  navegación más importantes del globo y testigo de numerosos episodios de la historia de la humanidad. Hoy, cuando los monstruos son otros, cuando parecemos no conocer límites ni abismos, se nos presenta aún con toda la fascinación, con toda la magia. Las que nos produce contemplar el tránsito de peces y cetáceos bajo sus aguas y de aves en sus cielos. Un homenaje a estas últimas es este sencillo sendero: el de Los Lances. Su nombre hace referencia a la playa homónima por la que discurre, la situada más al sur de toda

Playa de Bolonia

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C uando llegamos, una multitud de bañistas se agolpaban frente a la orilla clavando, cual lanzas en medio de la guerra, sus sombrillas en la arena. Nosotros, sin embargo, no pudimos dejar de caminar, hipnotizados, hacia una gran lengua de oro. Porque el estallido de colores que te regala esta playa, con el turquesa del mar, el azulado del cielo, el verde de las copas de los pinos y el dorado de las dunas, seduce, embriaga, exalta. Y te lleva irremediablemente a andar p ara ver más, para descubrir más, aunque la percepción de las distancias nos juegue una mala pasada y se haga de rogar nuestro destino. Pero merece la pena. Más de treinta metros son los que separan su cresta del suelo, nuestras huellas de su cielo. Treinta metros es la altura aproximada a la que se yergue monumental, frente a nosotros, la duna de Bolonia, en Tarifa (Cádiz). Una duna es un acúmulo de arena fruto de la acción cambiante del viento y del encuentro con diferentes obstáculos, lo que le da un gran dinam