Reflexiones sobre el Paraje Natural de los acantilados de Maro-Cerro Gordo I

El Paraje Natural de los acantilados de Maro-Cerro Gordo es una isla de biodiversidad bañada por dos mares: El de Alborán y el de plástico. Valoramos poco las cosas cuando las tenemos, y no es muy aventurado pensar que si no se hubiese conseguido proteger este magnífico enclave, que además de Paraje Natural es Zona de Especial Protección para las Aves y Zona Especialmente Protegida de Importancia para el Mediterráneo, hubiese sido engullido por los cultivos hasta desaparecer. Lo mismo que ocurrió con otras zonas no menos interesantes de nuestro litoral con el ladrillo y el boom turístico descontrolado. 

Las cosas no se consiguen solas y es justo decir que es gracias a biólogos, técnicos, asociaciones y, en este caso, a las administraciones correspondientes, que tenemos en apenas 12 Km2 bosques de encinas, abrupto matorral mediterráneo, especies de regiones más húmedas como el boj, aves como la lavandera o el halcón peregrino, reptiles amenazados como el camaleón, nuestros últimos enclaves de posidonia oceanica, todo tipo de invertebrados, peces... Y mucho más.




Siempre he visto las playas de Maro como el espacio que queda entre los pies de un gigante. Un gigante de roca con el alma verde, nuestra Sierra Almijara, que desde hace milenios baja, como nosotros, a bañarse en el mar de Alborán, a desaparecer entre sus aguas, huyendo del olvido o de un sol que agota, para contarles quién sabe qué secretos. El mismo agua, al fin y al cabo, que curtió su piel de cicatrices convirtiendo su caliza en un laberinto abrupto de grietas, cavidades y paisajes de ensueño. 

Somos unos privilegiados. Málaga es una de las provincias de mayor biodiversidad de España e incluso de Europa y es porque tenemos entornos muy distintos: Nuestra Sierra de las Nieves con una especie de pinsapos única en el mundo, el universo kárstico mágico del Torcal, los pinares de Montes de Málaga que son feudo de un reptil antiquísimo y en peligro de extinción como el Camaleón, lagunas que son todo un paraíso para las aves, los acantilados de Maro con una enorme cantidad de especies marinas en sus fondos... Los pies de ese gigante del que hablaba y al que es un placer volver cada verano para quedarme así mirando o desaparecer entre sus aguas, huyendo del olvido o de un sol que agota, para contarles quién sabe qué secretos.





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