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Afortunados

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Hace unos días tuvimos que regresar antes de lo previsto a Palma de Mallorca. La mar, que los marinos conocen igual que una mujer el rostro del hombre que ama según Balzac, no dejaba otra opción. Amenazaba intratable, sin dudas, sin contemplaciones. Un par de borrascas, una por el norte y otra por el sur del archipiélago, nos van a tener al menos 4 días atracados en el puerto de la ciudad que alabaron Chopin, Rubén Darío o Borges. Nuestros datos, nuestras mediciones, nuestra ciencia se quedan en nada cuando Poseidón así lo decide. Me lamentaba de ello cuando descolgué el teléfono para hablar con Pilar Jaén, una de esas pocas personas que con solo unas palabras te levanta el ánimo, te cambia la perspectiva de las cosas. Te mejora. Y hablamos de lo que tuvo que ser vivir una situación parecida para quienes nos precedieron. Aquellos marinos que recorrieron mares igual de traicioneros, igual de terribles, hace 100 o 200 años, como los de nuestra familia, los Jaén. En barcos de vela, constr

Un instante en el paraíso

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Termina un intenso día de trabajo en la campaña Radmed0422 cerca de Ibiza e incluso en alta mar nos llegan los ecos de la barbarie. Pienso en ello, en que tal vez todos deberíamos tener la oportunidad de mirar a la cara a este mar inmenso, de perder la vista más allá del horizonte. Quizá se diluirían en él los enemigos imaginarios, las afrentas, tanta identidad como arma arrojadiza, tanta patria mal entendida, tanta certeza mal digerida. Todo lo que alimenta a los monstruos y que ellos promueven en un círculo infinito de horror y muerte. A medio camino entre la fascinación y el miedo, tal vez sintiéramos el impulso de echarnos a un lado, de callar, de comprender nuestra finitud, nuestra fragilidad, y volver a lo que de verdad nos hace grandes. Mejorar, crecer, construir, amar. Puede que sea ingenuo, pero pienso que no se pierde nada por intentarlo, quien tenga la posibilidad de hacerlo, dejar por un momento las redes sociales, nuestras dinámicas, nuestros bandos, nuestras inercias. E i

La cañada del lobo

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Dijo Cézanne que el paisaje se vuelve humano, que se convierte en un ser viviente y pensante dentro de nosotros. Mirador privilegiado a las mejores vistas de la Costa pero también a sus heridas, sus excesos, a los anhelos de quienes la habitaron y habitan, en pocos lugares es esto tan cierto como en La Cañada del Lobo.  Esta es una de las rutas de senderismo más conocidas de la Costa del Sol. Se encuentra en la Sierra de Torremolinos aunque comienza muy cerca del Cementerio Nuevo de Arroyo de la Miel, localidad que pertenece al municipio de Benalmádena.  Nosotros cogimos el bus desde Málaga al municipio torremolinense (M-110) y desde allí otro que nos llevó al inicio de la ruta, a Santángelo (M-124, la penúltima parada). Este se encuentra muy bien señalizado, existiendo un cartel que indica la dirección hacia el antiguo albergue de la Cañada del lobo junto a paneles informativos acerca de qué ver en la zona. Ya desde el principio del recorrido se hace notar su pendiente que es práctica

Carratraca: Ermita-Llanos de Arenalejos

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Bosques con plantas endémicas y curiosas rocas, aguas termales, paredes de cal y palacios del XIX, una de las pocas fondas que quedan en España... Esta es una ruta por uno de los municipios más singulares de la provincia de Málaga: Carratraca. Del árabe carr-altrak, su nombre significa "limpieza de impurezas" y es que, situado alrededor de unas termas naturales, desde tiempos de los romanos se aprovechan sus aguas sulfurosas con finalidades curativas. También fue pueblo minero. Pero hay mucho más. Enclavada en las faldas de Sierra Blanquilla, Carratraca está en una auténtica encrucijada, un cruce de caminos entre la Serranía de Ronda, el Valle del Guadalhorce y la Comarca de Antequera.  Laderas cubiertas de pinares con cultivos de frutales y algún que otro olivar nos dieron la bienvenida al bajarnos del bus. Una hilera de casas de estilo tradicional andaluz bordeaba un monte. Sin embargo, una torre a lo lejos se erigía como la verdadera protagonista: la del Palacio de Trinida

Salpas: el ejército transparente

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La campaña oceanográfica del IEO, STOCA 202112 continuaba su curso. A bordo del Ángeles Alvariño y dirigidos por el investigador Ricardo Sánchez Leal llevábamos ya unos días navegando los mares del Golfo de Cádiz recogiendo muestras, anotando datos, tomándole el pulso a su corazón de agua. Aquel día, el Atlántico nos azuzaba, nos espoleaba con una furia de siglos. Se desplazaban los taburetes en cubierta como si de la película “Matrix” se tratase. El elegante buque de más de 46 m de eslora parecía, entre sus olas, un juguete. Por eso no pudimos en esa estación sacar el Patín de Neuston, ingenio cuya función es capturar este tipo de plancton, el más superficial, el que habita en la delgada línea que separa el agua del aire y que, a diferencia de otras redes, no se sumerge sino que se desliza por la superficie. Sí empleamos, sin embargo, las Bongo 40 para la captura de zoo e ictioplancton (este último el integrado por larvas de peces). Cual fue nuestra sorpresa cuando, al recoger las mue

STOCA

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El pasado año 2021 nos regaló en su último mes una nueva campaña oceanográfica: la STOCA 202112. A bordo del Ángeles Alvariño y dirigidos por el investigador del Instituto Español de Oceanografía (IEO-CSIC) Ricardo Sánchez Leal, estuvimos navegando durante 7 días los mares del Golfo de Cádiz. La experiencia ha sido muy enriquecedora, a la vez que muy intensa. Los pocos días con los que contábamos han hecho que se sucediesen cada día un gran número de estaciones (puntos del océano en los que tomamos datos y recogemos muestras). Además, el mar y el invierno nos han puesto las cosas aún más difíciles durante buena parte del recorrido. Encrucijada desde hace milenios de mares y de sueños, epicentro de la exploración de nuevos mundos, el Golfo de Cádiz forma parte junto con el mar de Alborán de un enclave oceanográfico de máxima importancia. En él se produce el intercambio de aguas entre océano Atlántico y mar Mediterráneo.  A esto se añade que los aportes de cauces como Guadalquivir, Tinto

La vida nos arrolla

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Creo que fue Nietzsche quien dijo aquello de que la vida nos atraviesa. Yo, más bien, tengo la sensación de un tiempo a esta parte de que más que atravesarnos nos arrolla. Qué curiosos los caminos de la mente, qué extraño que a veces cuanto más avanzamos más nos asalta la sensación de urgencia, del miedo al tiempo perdido, de no hacer nunca lo suficiente. Qué paradójico que eso nos lleve a parar para reconocernos, para hacer las paces con esa parte de nosotros mismos. Esa parte con la que creías haber aprendido a convivir, aquello sin lo cual no serías tú, lo que fuiste, lo que serás, lo que eres. Y qué bueno que detrás de cada miedo, detrás de cada laberinto, detrás de cada herida surjan más fuertes si cabe las ganas de salir adelante. Como si el dolor mirado a la cara fuera el acicate necesario para continuar todo aquello que merece la pena. Como si el miedo fuese, en ocasiones, la vacuna contra el miedo. Desaprender lo aprendido, asumir los límites, retomar viejas batallas que se