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Carratraca: Ermita-Llanos de Arenalejos

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Bosques con plantas endémicas y curiosas rocas, aguas termales, paredes de cal y palacios del XIX, una de las pocas fondas que quedan en España... Esta es una ruta por uno de los municipios más singulares de la provincia de Málaga: Carratraca. Del árabe carr-altrak, su nombre significa "limpieza de impurezas" y es que, situado alrededor de unas termas naturales, desde tiempos de los romanos se aprovechan sus aguas sulfurosas con finalidades curativas. También fue pueblo minero. Pero hay mucho más. Enclavada en las faldas de Sierra Blanquilla, Carratraca está en una auténtica encrucijada, un cruce de caminos entre la Serranía de Ronda, el Valle del Guadalhorce y la Comarca de Antequera.  Laderas cubiertas de pinares con cultivos de frutales y algún que otro olivar nos dieron la bienvenida al bajarnos del bus. Una hilera de casas de estilo tradicional andaluz bordeaba un monte. Sin embargo, una torre a lo lejos se erigía como la verdadera protagonista: la del Palacio de Trinida

Salpas: el ejército transparente

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La campaña oceanográfica del IEO, STOCA 202112 continuaba su curso. A bordo del Ángeles Alvariño y dirigidos por el investigador Ricardo Sánchez Leal llevábamos ya unos días navegando los mares del Golfo de Cádiz recogiendo muestras, anotando datos, tomándole el pulso a su corazón de agua. Aquel día, el Atlántico nos azuzaba, nos espoleaba con una furia de siglos. Se desplazaban los taburetes en cubierta como si de la película “Matrix” se tratase. El elegante buque de más de 46 m de eslora parecía, entre sus olas, un juguete. Por eso no pudimos en esa estación sacar el Patín de Neuston, ingenio cuya función es capturar este tipo de plancton, el más superficial, el que habita en la delgada línea que separa el agua del aire y que, a diferencia de otras redes, no se sumerge sino que se desliza por la superficie. Sí empleamos, sin embargo, las Bongo 40 para la captura de zoo e ictioplancton (este último el integrado por larvas de peces). Cual fue nuestra sorpresa cuando, al recoger las mue

STOCA

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El pasado año 2021 nos regaló en su último mes una nueva campaña oceanográfica: la STOCA 202112. A bordo del Ángeles Alvariño y dirigidos por el investigador del Instituto Español de Oceanografía (IEO-CSIC) Ricardo Sánchez Leal, estuvimos navegando durante 7 días los mares del Golfo de Cádiz. La experiencia ha sido muy enriquecedora, a la vez que muy intensa. Los pocos días con los que contábamos han hecho que se sucediesen cada día un gran número de estaciones (puntos del océano en los que tomamos datos y recogemos muestras). Además, el mar y el invierno nos han puesto las cosas aún más difíciles durante buena parte del recorrido. Encrucijada desde hace milenios de mares y de sueños, epicentro de la exploración de nuevos mundos, el Golfo de Cádiz forma parte junto con el mar de Alborán de un enclave oceanográfico de máxima importancia. En él se produce el intercambio de aguas entre océano Atlántico y mar Mediterráneo.  A esto se añade que los aportes de cauces como Guadalquivir, Tinto

La vida nos arrolla

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Creo que fue Nietzsche quien dijo aquello de que la vida nos atraviesa. Yo, más bien, tengo la sensación de un tiempo a esta parte de que más que atravesarnos nos arrolla. Qué curiosos los caminos de la mente, qué extraño que a veces cuanto más avanzamos más nos asalta la sensación de urgencia, del miedo al tiempo perdido, de no hacer nunca lo suficiente. Qué paradójico que eso nos lleve a parar para reconocernos, para hacer las paces con esa parte de nosotros mismos. Esa parte con la que creías haber aprendido a convivir, aquello sin lo cual no serías tú, lo que fuiste, lo que serás, lo que eres. Y qué bueno que detrás de cada miedo, detrás de cada laberinto, detrás de cada herida surjan más fuertes si cabe las ganas de salir adelante. Como si el dolor mirado a la cara fuera el acicate necesario para continuar todo aquello que merece la pena. Como si el miedo fuese, en ocasiones, la vacuna contra el miedo. Desaprender lo aprendido, asumir los límites, retomar viejas batallas que se

Tren a Sóller

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El 16 de abril de 1912 los diarios sacudían la mañana con sus dosis de tragedia y muerte. El “insumergible” Titanic había desaparecido bajo las aguas del Atlántico causando gran número de víctimas. Le fue mejor a Harriet Quimby que se convertía en la primera mujer en cruzar en avión el canal de la Mancha.  Ese día fue martes. Morían en Afganistán los peones del tablero de británicos y rusos. Se incubaba una guerra en Europa. Daban sus primeros pasos nuestros abuelos, tal vez. En España gobernaba Canalejas. Se encontraban los amantes, ajenos a la gran pandemia que llegaría años más tarde.  Ese mismo día en un lugar remoto de la isla de Mallorca se inauguraba oficialmente una línea de ferrocarril que uniría la pujante ciudad de Sóller con la capital, Palma. Comunicación que, hasta ese momento, solo era posible mediante diligencias que salvaran los desniveles de la Tramuntana, con sus carreteras de tierra, empinadas y estrechas.  Más de un siglo después, ajenos a esa noria, a esa mariposa

Camí de Menorca

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Cuando salimos del hotel, en Ciudadela, nos disponíamos a coger un taxi que nos llevara hasta Cala en Turqueta. La falta de disponibilidad de los mismos, de la que nos alertó el recepcionista, nos hizo cambiar de planes: tomaríamos un bus hasta Cala Galdana y desde allí haríamos, en dirección contraria a la oficial, la etapa 13 del Camí de Cavalls. El Camí de Cavalls es, para los amantes del senderismo, el Sendero de Gran Recorrido 223 (GR-223). Un camino de 185 Km que recorre la isla de Menorca, del archipiélago español de las Islas Baleares, a lo largo de 20 etapas. Pero es mucho más que eso. Es historia, remontándose su origen a 1330, cuando el rey Jaime III ordenó a sus caballeros defender la isla vigilándola con caballos armados. Es un escaparate fantástico a la riqueza cultural, arqueológica, geológica, biológica y paisajística de una isla declarada Reserva de la Biosfera por la UNESCO por su modelo de desarrollo sostenible. Es el resultado de una lucha de años por parte de c

Puerto de Mô

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“Barco varado en el arenal Que lame el mar de retirada. Escondite de vientos furtivos. Refugio de velas cansadas”. Con versos como estos rendía homenaje Joan Manuel Serrat al puerto de Maó/Mahón en el sencillo que daba título a su álbum de 2006 Mô (pronunciación local del nombre de la histórica ciudad menorquina). Pienso que no le faltaban motivos al catalán, porque se trata del mayor puerto natural del Mediterráneo, con casi 6 Km, y del segundo más profundo del mundo, alcanzando los 30 m. Pero no solo por eso. En pocos lugares, personalmente, he percibido tantas sensaciones relacionadas con lo que fue, con lo que es, con las vidas de su gente. Pocas veces el mar te habla tan claro de sus inviernos, de las olas que rompen frente a los muros del tiempo, de viejas historias de dramas y naufragios, de los marineros que, como dijo Manuel Vicent, navegan con la luna sus trampas. Y comienzas a intuir todo eso, cuando llegas temprano, en los profundos silencios, en el llegar tranquil